viernes, 7 de febrero de 2014

Los matrimonios de conveniencia: LA BODA


La boda es uno de los tantos tapices pintados por Goya en los que resalta su temática de crítica contra la falta de libertad de elección en el matrimonio y la conveniencia de edades semejantes entre los cónyuges. Un tapiz pintado en 1792 que representa una escena bajo un arco o puente de piedra donde se va a celebrar un cortejo nupcial entre una joven y un hombre mayor pudiente, el cual se apresura hacia ella para detenerla. Destacan las actitudes de los personajes, un padre con gesto complaciente, las amigas de la novia sonríen con mala envidia, un joven al fondo posiblemente un pretendiente rechazado mira el paso de la comitiva con gesto enfadado.
 


El matrimonio de conveniencia fue uno de los aspectos denunciados por los ilustrados, y así en la literatura encontramos varios ejemplos entre los que destaca la comedia de Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, una obra escrita en 1801 y estrenada en 1806 en el Teatro de la Cruz de Madrid con un gran éxito y donde Moratín censura la educación de las mujeres de la época y el abuso de autoridad de los padres al que estas se veían sometidas.
 

 
DOÑA FRANCISCA. Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.
DON DIEGO. ¿Y después, Paquita?
DOÑA FRANCISCA. Después..., y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.
DON DIEGO. Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos, ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplearme todo en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.
DOÑA FRANCISCA. ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.
DON DIEGO. ¿Por qué?
DOÑA FRANCISCA. Nunca diré por qué.
DON DIEGO. Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy ignorante de lo que hay.
DOÑA FRANCISCA. Si usted lo ignora, señor don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto lo sabe usted, no me lo pregunte.
DON DIEGO. Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.
DOÑA FRANCISCA. Y daré gusto a mi madre.
DON DIEGO. Y vivirá usted infeliz.
DOÑA FRANCISCA. Ya lo sé.
DON DIEGO. Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo manden, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.
Ambos ejemplos nos ilustran a dos hombres que ejercen su mirada crítica a la sociedad que les ha tocado vivir. Un Goya a favor de la cultura pero en contra de cualquier actitud o costumbre irracional criticando los elementos que constituían lacras sociales como el matrimonio sin amor, el maltrato a las mujeres, la prostitución y la mendicidad.
 
 
 

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